La forma relacional







Una nueva forma de forma










El teórico y crítico francés Nicolas Bourriaud en su ensayo La Forma relacional, perteneciente a su libro Estética Relacional, estudia una nueva concepción de la noción de la forma, surgida en los años 90 como respuesta a la situación de los artistas en la época. Señala el autor que la promesa de emancipación de la modernidad política había sido para entonces sustituida por ‘’varias formas de melancolía’’. El proyecto moderno que se supone libraría a los sujetos de la carga del trabajo pesado, lo que hizo fue acentuar la acumulación de capital, por ende las brechas de desigualdad y el sometimiento a explotación de los sectores marginados, en particular, del Sur del planeta.

La urbanización y la acumulación de masas humanas en las grandes urbes derivó paradójicamente en soledad y aislamiento, porque todo en las ciudades (desde la división del trabajo, pasando por dispositivos como los cajeros, baños públicos, nichos productivos, especialización de las labores, hasta lugares de tránsito) todo, está dispuesto para reducir al mínimo los encuentros humanos, esto, con el fin de aumentar la productividad de los sujetos.

Señala Borriaud que existen varias versiones de la modernidad que entraron en juego entonces en el siglo XX, por un lado una concepción racionalista modernista proveniente del siglo XVIII, y otra que proponía la liberación a través de lo irracional (dadaismo, situacionismo, surrealismo).

Pero hubo una nueva concepción del arte en particular, considero que una de las mas alentadoras que han aparecido  ante esa acumulación de masas humanas que supuso la globalización: El arte relacional, que cuestiona el individualismo, dogmatismo y tradicionalismo que había invadido al arte de la época, cuyo tema central es el estar-junto y propone una nueva forma de arte que reivindique las relaciones humanas.

Se trata de una concepción, que parte del encuentro entre el observador y las producciones artisticas, y de la elaboración colectiva de sentido, donde se reconoce a la obra como un un intersticio social, término que, había sido usado por Karl Marx para definir comunidades de intercambio que sobrevivían al margen del sistema económico capitalista.

Así, al borde de los estatutos del arte tradicionalista, se dan manifestaciones que proponen al arte como un espacio-tiempo relacional, que no se limita a la presentación de un producto final destinado a la mera contemplación, como es el caso de los productos culturales tales como la televisión y el cine, que en palabras del autor reúnen pequeñas colectividades frente a imágenes unívocas: no se comenta lo que se ve, el tiempo de la discusión es posterior a la función.

El autor destaca a la exposición como un espacio para romper con esta lógica que niega al espectador su cuota de diálogo y de construcción. La exposición entonces es un espacio de encuentro al margen de las reducidas zonas de contacto impuestas por la modernidad política.

Es así como aparecen dentro de las salas manifestaciones como el performance, la instalación, el arte en proceso, las residencias artísticas en que el espectador puede presenciar y participar en el proceso de realización de una obra. 
Por supuesto que todos estos gestos no se remiten únicamente a galerías o museos, salen a la calle, constituyéndose así en verdaderos paréntesis de espacio-tiempo relacionales. El autor trae a colación performances como los del artista Jens Haaning, quien en una plaza de Copenhague vocifera chistes Turcos por medio de un altoparlante, el resultado es que una micro-comunidad de inmigrantes se conglomera en risa colectiva.

Reconocemos una nueva noción de la forma en tanto elementos que se organizan para constituir una obra de arte. La forma, según Borriaud se trata mas alla de eso, de una entidad que sólo cobra existencia real, cuando pone en juego las relaciones humanas puesto que el carácter de la experiencia artística es el de inventar relaciones humanas.

Es entonces cuando la forma se transforma en rostro. Serge Daney, crítico de cine francés acuña una noción de la forma que prioriza el autor a lo largo de su ensayo: la forma es un rostro que nos mira. En este punto el autor hace referencia al pensamiento de Emmanuel Levinas y a la figura del rostro que emplea para reconocer lo éticamente prohibido en la naturaleza, las cosas para las cuales aplica el principio fundamental de no matarás. Bajo esta premisa, toda relación intersubjetiva, vale decir, toda forma, pasa por el reconocimiento de un rostro.

Asi, el papel de la mirada del Otro cobra protagonismo en el paso de lo informal a la construcción de la forma, según Borriaud no existen formas en la naturaleza en estado salvaje, es el que mira quien las recorta y las codifica de acuerdo con su situación personal y su contexto. Cuando éramos pequeños algunos veíamos en los cráteres de la luna a los personajes caricaturizados casi en forma detallada, pero luego de grandes ocurre que es solo el recuerdo de esa asociación lo que hace que aquella masa informal continúe figurando en nuestro imaginario. Toda forma es entonces el producto de una relación entre dos entes que dialogan, solo es posible su consolidación a través de un intercambio humano.

En definitiva esta tendencia relacional, reconoce la relación intersubjetiva entre lo percibido y el que percibe, entre el que ve y el objeto mirado y esa relación es una construcción que el arte, desde el punto de la estética relacional debe priorizar. Esra vision reivindica al que recibe la obra y devuelve algo de sí, es decir, el espectador, cuyo papel como constructor activo de sentido había sido menoscabado por toda la tradición individualista que invadía el terreno artístico.

Comentarios